En Barbiana tenemos la suerte de tener en nuestro consejo de redacción a personas que estos días han reflexionado y escrito sobre el papel de la educación y la posible vuelta o no a la escuela. Recogemos sus voces, y también las de entidades de profesionales, de sindicatos, de familias y de escuelas para emitir nuestro posicionamiento sobre la vuelta a la escuela después de estos meses de confinamiento.

Nos hemos pasado el confinamiento escuchando todo tipo de opiniones sobre el impacto sobre la educación y el aprendizaje que tendrá la situación actual. Se han destacado aspectos positivos, como las oportunidades generadas para fortalecer los vínculos familiares, y en el caso de primaria y secundaria, potenciar el trabajo autónomo y, a menudo, relajar la presión de las notas y favorecer un trato más personal – a pesar de la paradoja de la distancia – con el profesorado.

Entre los aspectos negativos, los derivados de la falta de socialización y de relación directa entre alumnado y profesorado. Pero buena parte de la preocupación viene de factores sociales y económicos. Por un lado, las previsibles desigualdades que genera una situación prolongada en el tiempo en que los niños con menos oportunidades familiares queden atrás, y no solo en cuanto a aprendizajes, sino también en cuanto a posibles necesidades sociales. Y por otro lado, las dificultades para muchos adultos para realizar sus tareas laborales (desde casa o no) cuando tienen hijos e hijas a su cargo. Dificultades pues, que no acaban de aparecer ahora a causa de la pandemia, pero que ésta situación pone de manifiesto. Como pone de manifiesto la función también social y económica que realiza la escuela, estemos o no de acuerdo.

En varios países de nuestro entorno, y el nuestro no ha sido diferente, son precisamente estas dos funciones de la escuela – que no otras – las que han hecho que profesionales y personas dedicadas a la política reclamaran la reapertura de los centros cuando era evidente que si solo fuera para tareas de aprendizaje, en igualdad de condiciones, esta reapertura no sería en absoluto urgente.

Pero una vez los gobiernos toman la decisión de hacer esta reapertura, se ha hecho obvio que las condiciones que exige la emergencia sanitaria tal como se entiende desde un paradigma exclusivamente epidemiológico no son las óptimas para abrir, y no solo para los niños y niñas, también para las profesionales y en el caso de las concertadas y privadas, para su propia economía. Por eso las declaraciones de los políticos han ido seguidas de una lluvia de críticas a unas partes u otras de las decisiones anunciadas. No es extraño, puesto que se trata de decisiones sumamente complejas para las cuales, precisamente, habría sido necesaria más que nunca la consulta a profesionales y expertos.

¿Hay que abrir los centros para paliar los efectos sociales y económicos derivados del hecho que estén cerrados? ¿O en estas circunstancias, mejor no hacerlo?

En Barbiana tenemos la suerte de tener en nuestro consejo de redacción a personas que estos días han reflexionado y escrito sobre el tema, como Celeste Vaiana, Jordi Mateu, responsable del CAIEV, que ha hecho su manifiesto sobre el tema, o Heike Freire, que junto con el pediatra José María Paricio han publicado un lúcido artículo en el diario El País. Además hemos escuhado las voces de la Xarxa d’educació lliure, y de Escoles Bressol indignades, entidades de profesionales, de sindicatos, de families, y de escuelas.

En Barbiana tenemos la suerte de tener en nuestro consejo de redacción a personas que estos días han reflexionado y escrito sobre el tema, como Celeste Vaiana, Jordi Mateu, responsable del CAIEV, que ha hecho su manifiesto sobre el tema, o Heike Freire, que junto con el pediatra José María Paricio han publicado un lúcido artículo en el diario El País. Además hemos escuhado las voces de la Xarxa d’educació lliure, y de Escoles Bressol indignades, entidades de profesionales, de sindicatos, de families, y de escuelas.

Nuestra opinión

De todo ello, hacemos nuestros la mayoría de sus argumentos y añadimos otros nuevos:

  • Las decisiones tomadas sobre todo desde el miedo no son las más acertadas en educación puesto que este miedo se traslada a los niños. Por otro lado, parece que aumenta la evidencia científica que dice que los niños y niñas de esta edad y su profesorado en general no son grupos de riesgo (los docentes que lo sean no tendrían que volver a la escuela). De hecho, hay varias enfermedades estacionales mucho peores para niños y profesorado en que no se confinan los niños ni se cierran las escuelas. En cambio, pasar la enfermedad en condiciones controladas aumentaría la inmunidad de grupo de toda la sociedad. En todo caso, abriríamos la puerta a estudiar de qué forma se pueden establecer ciertos “círculos seguros”, más anchos que la familia pero todavía estrechos, dentro de los cuales moverse con la libertad, la seguridad, la tranquilidad y la proximidad a los compañeros y compañeras que se da en el hogar.
  • Algunas de las medidas que se proponen no son necesarias ni están validadas científicamente: no está claro que en los niños las mascarillas no sean peores que en los adultos; tampoco que lavarse las manos más a menudo de lo que se hace habitualmente no sea nocivo para los niños, igual que lo son los desinfectantes.
  • Los niños y niñas de 0 a 6 años (toda la etapa infantil) necesitan un cuidado amoroso, próximo, basado en el lenguaje sensorial, no verbal (también facial), en el tacto, la proximidad física, y una atención muy próxima, con ratios especialmente bajas, que ya son poco adecuadas en la mayor parte de los casos. Además, tienen que poder seguir libremente sus impulsos de contacto físico, exploración y movimiento. En el momento actual, será muy difícil dar todo esto con las condiciones sanitarias exigidas. Por lo tanto, creemos que en esta edad tendría que haber dos posibles opciones: o bien permitir que los niños y sus educadoras (las que lo desearan y con controles sanitarios, limitaciones de contacto y si se es necesario, remuneración extra) pudieran convivir de forma normalizada con las criaturas; o bien que las familias contaran con un apoyo extra que les permitiera continuar en las condiciones del confinamiento. O bien ambas cosas, de forma voluntaria para las familias tal como se propone, pero aprovechando así para bajar las ratios en la escuela infantil. Mientras tanto, mantener el contacto y el apoyo a distancia de las educadoras con las familias para ofrecer en casa suficiente estimulación (pero no hiperestimulación).
  • Los niños y niñas de primaria (sobre todo a partir de los 10 años) pueden ser más capaces de transitar las medidas establecidas; a pesar de que no es una situación óptima, la oportunidad de ver a los amigos y amigas y profesorado de forma puntual puede tener sus ventajas, especialmente si se optara por una estrategia de “no miedo”. Pero la función social que mencionábamos no tiene que regir las decisiones. En cambio, el trabajo en red de escuelas y servicios sociales, que ya se da habitualmente, podría permitir un abordaje específico de necesidades en este sentido.
  • En la secundaria se añade una presión curricular, sobre todo en aquellos adolescentes que tienen que cambiar de etapa. La vuelta a la escuela no parecería tan problemática en estos casos, con chicos y chicas capaces de respetar normas básicas y comunicarse con otros medios. Sin embargo, creemos que hay que priorizar la atención personalizada, de acompañamiento personal y educativo, más que las “clases” convencionales. Creemos que la vuelta a los institutos no tendría que ser una excusa para volver a una exigencia a la que no se podrá responder de forma normal. Minimizar la presión de las notas sería un criterio justo y necesario en estos momentos.
  • En todas las etapas, hay que aprovechar la ocasión para escuchar más a los niños y los chicos y chicas, ya que pueden tener propuestas para organizar la escuela de forma segura pero más adaptada a sus necesidades. Además, si siempre es una necesidad, en estos momentos en que pueden haber malestares por elaborar y dolores por compartir, todavía lo es más.
  • Aprovechar también el relajamiento de la exigencia para probar con metodologías más “humanas”, agrupaciones diferentes, etc. así como para recuperar los espacios exteriores.
  • Todo esto implica una reorganización del centro que requiere un cierto tiempo de planificación y más participación de todos los agentes implicados, empezando por el profesorado (y sus asociaciones y sindicatos), a quienes no se puede exigir la obligación de soportar la tensión entre las necesidades de los niños y un marco escolar que podría no respetarlas; un tiempo que quizás habría merecido la pena alargar hasta septiembre (a pesar la necesidad de hacer algún tipo de cierre de curso). Además, son imprescindibles ratios más bajas y más profesorado, especialmente en el primer ciclo de infantil (0-3).
  • Las personas que cuidan (profesores y familias) necesitan más que nunca poder afrontar el estrés que supone adaptase a situaciones nuevas y complejas, con el apoyo emocional real: espacios de cuidado para las personas que cuidan.
  • Hay que actuar con previsión, si como se anuncia en otoño puede haber rebrotes. Evaluar la eficacia (en todos los ámbitos) de las medidas tomadas y ponerle imaginación para introducir nuevas medidas que tengan más en cuenta las necesidades de los niños.
  • Sería necesario en este momento de cambios y transformación revisar la mirada de fondo que se tiene sobre la Infancia y sobre la educación, puesto que desde el punto de vista de la Salud Mental, Emocional e incluso Física, la propuesta institucional y la escolarización precoz están lejos de lo deseable.
  • Así mismo, hay que poner más recursos en la educación y el trabajo social, así como en la conciliación familiar y laboral, para no otorgar a la escuela unas funciones que la sobrepasan.
  • La emergencia sanitaria ha hecho que se pusieran muchos más recursos en la sanidad de los que nunca se habría pensado; ahora hay que poner más recursos en educación si se quiere hacer con el mínimo de calidad que cada etapa requiere.