“El otro día, apenas después de un conflicto con mi hijo, me senté en el sofá para recuperar un poco la calma y dejar que las emociones volvieran a un cierto estado de reposo. Encendí la tele, y vi un anuncio donde una madre bella, tranquila y sonriente jugaba y compartía momentos tiernos con su bebé, en una habitación blanca y perfectamente aseada. Me sentí como la madrastra de los cuentos, como la bruja piruja. Apagué la tele, y lloré un buen rato.”

Este es el testigo de una madre corriente en un encuentro de formación para familias. Muy probablemente se asemeja mucho al testigo que podría dar cualquier madre de nuestro entorno próximo; es una escena que ilustra a la perfección el sentimiento de muchas de las mujeres con hijos que encuentran dificultades para ser el tipo de madre que responde al ideal: mujer mayoritariamente joven, moderna, atractiva y de buen humor, con un físico de gimnasio, en una casa de diseño. Sólo hay que hacer una repasada a algunos anuncios publicitarios para darnos cuenta de cuál es el modelo desde el cual se nos invita a ejercer nuestra maternidad, y nuestra feminidad.

Ahora bien, las madres reales también sabemos que este lado luminoso de la maternidad es solo una parte.

La experiencia de ser madre no se reduce solo a lo que vemos en los anuncios, sino que comprende también otros episodios no tan luminosos, y de los cuales no se habla con tanta normalidad.

La experiencia de ser madre no se reduce solo a lo que vemos en los anuncios, sino que comprende también otros episodios no tan luminosos, y de los cuales no se habla con tanta normalidad. Es difícil encontrar contextos donde poder vivir libremente todas las emociones que se ponen en juego cuando una mujer se convierte en madre, especialmente aquellas que no responden al ideal de madre que se impone. Parece que en la sociedad en la que vivimos lo que se espera es que se muestre únicamente aquello que se considera positivo, luminoso y agradable, no solo de la maternidad, sino también -a pesar de que no haremos mención aquí- de otras facetas de nuestra vida.

No solo somos luz

No podemos ser seres completos, mujeres completas, si no conocemos mínimamente nuestra sombra.

Convertirse en madre lleva implícito un movimiento emocional importante que incluye -además de la parte luminosa- inseguridades, contradicciones, dudas, reacciones inadecuadas y dificultades relacionales. Algunos de estos aspectos de la maternidad no son nada fáciles de expresar, y a menudo muchas madres se acaban sintiendo muy culpables cuando se ven desbordadas por este tipo de sentimientos, como si fuera poco adecuado, poco apropiado o poco femenino conectar también con la parte menos plácida de la maternidad. La psicoanalista junguiana Sybylle Birkhäuser-Oeri afirma que cuando una mujer desconoce su lado oscuro, su sombra, es que su instinto está escindido. No podemos ser seres completos, mujeres completas, si no conocemos mínimamente nuestra sombra. Por sombra entendemos todos aquellos rasgos que por varios factores -como por ejemplo creencias, mandatos familiares o religiosos, experiencias vividas, etc.- quedan relegados al inconsciente, y que no reconocemos como propios o como parte de nuestra personalidad.

Pero una mujer real necesita crecer en su totalidad. Y esto incluye sus sombras.

En el caso de la maternidad, podemos encontrar multitud de ejemplos e imágenes que nos recuerdan el lado brillante, aquello que sí es aceptado, mostrado y valorado. Es el caso de la imagen de la Virgen María o -si buscamos en los cuentos- el hada madrina o la madre que muere cuando da a luz a su hijo, además de otras figuras femeninas hechas solo de virtudes y bondades humanas. Son imágenes que nos muestran una cara amable, nutritiva, altruista y casi divina de la maternidad. Pero una mujer real necesita crecer en su totalidad. Y esto incluye sus sombras, puesto que si la imagen radiante es la única aceptada, la otra cara de la moneda queda reprimida en el inconsciente, pero no deja de existir ni de actuar. A la sombra de éstas figuras hay la agresividad, el egoísmo, el deseo, el victimismo, y otros muchos rasgos que no forman parte de ésta máscara virtuosa, pero sí de la esencia humana y, por extensión, de la feminidad y la maternidad.

El problema de incorporar las imágenes de madre radiante como único modelo al cual asemejarse es que nos transforma en mujeres menos completas, más desconectadas de nuestra parte instintiva.

El problema de incorporar las imágenes de madre radiante como único modelo al cual asemejarse (a veces inconscientemente) es que nos transforma en mujeres menos completas, más desconectadas de nuestra parte instintiva. Y esta parte incluye saber cuáles son nuestras necesidades, nuestros límites, nuestros deseos; y por supuesto incluye también nuestra agresividad y nuestra capacidad destructora. Conocer nuestras sombras es también empoderarnos de nuestros instintos casi olvidados.

Conectar con la bruja

Afortunadamente, tenemos un muestrario magnífico de sombras humanas que hacen referencia a la figura de la madre: los cuentos tradicionales. Estos relatos nacen de la información inconsciente de un ser humano que, hace muchos años, vivió muy próximo a la naturaleza, muy conectado al instinto y con mucha menos presencia de esta racionalidad moderna que nos somete hoy en día.

Los relatos con una temática de conflicto maternofilial, como por ejemplo Blancanieves o Cenicienta, nos muestran una imagen materna pérfida y maléfica, representada por la madrastra

Son historias que nos hablan de las dificultades psicológicas del ser humano, existentes desde hace miles de años, y estrechamente vinculadas a nuestros conflictos cotidianos. Los relatos con una temática de conflicto maternofilial, como por ejemplo Blancanieves o Cenicienta (entre muchos otros), nos muestran una imagen materna pérfida y maléfica, representada por la madrastra, que muy probablemente no reconoceremos en nosotros con facilidad, pero que tienen mucho que ver con los sentimientos que inevitablemente lleva la maternidad y que se manifiestan en los problemas y las contradicciones emocionales que vivimos con nuestros niños.

Acoger estas imágenes como parte escondida de nuestra identidad no quiere decir necesariamente que hayamos de hacer las mismas cosas que hacen las madrastras de los cuentos. Son personajes destructivos y malévolos, que únicamente pretenden satisfacer sus necesidades egoicas y neuróticas. Son la cara oscura de aquello que Jung definía como arquetipo materno. Admitir que forman parte de nuestra identidad -individual y colectiva- es hacer un gran acto de honestidad, y un paso de conciencia hacia una mujer más humana, más sabia y más completa.

Las madrastras ejercen una función importantísima en el desarrollo de la identidad materna de una mujer: dan forma y delimitan sus sombras inconscientes, le hacen saber que en algún lugar de su psique también es una mujer agresiva, conectada con sus necesidades y sus deseos, consciente de su individualidad, que no siempre está disponible.

Las madrastras ejercen una función importantísima en el desarrollo de la identidad materna de una mujer: dan forma y delimitan sus sombras inconscientes, le hacen saber que en algún lugar de su psique también es una mujer agresiva, conectada con sus necesidades y sus deseos, consciente de su individualidad, que no siempre está disponible. Nos ayudan a transitar por todas aquellas emociones que no nos atrevemos ni siquiera a sentir, y que están lejos de la madre moderna y complaciente que comentábamos antes. Nos recuerdan que también podemos ser destructivas y abominables precisamente porque somos madres. Los cuentos de madrastras no se escribieron para ser comprendidos por la razón, tienen que ser tragados por el alma. Surgieron de un tiempo donde el ser humano estaba muy vinculado al mundo inconsciente y a la naturaleza, y ésta es precisamente su fuerza: que no nos quieren enseñar nada de racional o correcto, sino que nos muestran una realidad psíquica que ha existido y existe en todas las mentes de todas las madres, de manera más o menos consciente.

Pocas veces esta imagen arquetípica se ajusta a la imagen que tenemos de nosotras mismas, o a la que los estereotipos sociales marcan: acostumbra a incorporar los valores más negativos y destructivos del ser humano en general, y de la mujer-madre en particular. Son valores malintencionados y perversos, pero igualmente humanos.

Mujeres más completas

Jung proponía apropiarse de esta información, asumirla como propia para que la sombra no determine nuestro comportamiento de manera inconsciente, sino que actúe sobre las mentes individuales para que, en este caso, la mujer se pueda apoderar de todos estos sentimientos, y use esta fuerza para convertirse en una mujer más consciente y más completa. A las mujeres actuales nos toca ponernos en la piel de estas madrastras y brujas que corren por los cuentos, y ver cuál de ellas nos comprende mejor cuando perdemos de vista la luz; con cuál de ellas, sin juzgarlas ni juzgarnos, nos sentimos más identificadas cuando dejamos de ser la madre que nos hemos dibujado en nuestro ideal. Ellas, maléficas madrastras y pérfidas brujas, nos ayudarán a poner cara a nuestras sombras y a transitar por todas aquellas emociones que nuestra madre luminosa no puede sentir.

A nuestros hijos también les hacemos un regalo si les explicamos cuentos de madrastras: les ayudamos a proyectar todo aquello que a veces no se atreven a sentir contra nosotros cuando las cosas van mal, puesto que se sentirían gravemente culpables.

A nuestros hijos también les hacemos un regalo si les explicamos cuentos de madrastras: les ayudamos a proyectar todo aquello que a veces no se atreven a sentir contra nosotros cuando las cosas van mal, puesto que se sentirían gravemente culpables. El hecho de detestar por unos instantes la madrastra es para ellos mucho menos culpabilitzador que detestar momentáneamente a la propia madre. Con este personaje maléfico pueden gestionar emociones en un escenario de fantasía donde pueden identificar un enemigo claro contra quién sentir todo aquello que sienten en ocasiones, pero que no se atreven a poner en la piel de sus madres.

Los diferentes cuentos tradicionales, a través de estos personajes, representan el arquetipo materno en su globalidad, incluyendo las luces y las sombras, aquello que mostramos y aquello que escondemos.

Los diferentes cuentos tradicionales, a través de estos personajes, representan el arquetipo materno en su globalidad, incluyendo las luces y las sombras, aquello que mostramos y aquello que escondemos. Simbolizan la experiencia materna por la que pasamos todos los seres humanos. Cuanto más completa sea esta vivencia, más consciente será la mujer que la vive, y más auténtica será su maternidad. Y, por supuesto, es una experiencia mucho más valiosa para el niño que es cuidado por una madre completa y consciente.

Hoy en día sabemos que muchas de las dificultades en las relaciones y los conflictos emocionales que vivimos tienen que ver con nuestros aprendizajes infantiles, con la manera como aprendimos a vincularnos y a encontrar la seguridad y el amor; en definitiva, esto tiene mucho que ver con la madre o la figura que ejerció en nosotros la función materna. La importancia de aquello materno en nuestra vida es fundamental en nuestro desarrollo y en nuestra cotidianidad. Merece la pena, pues, ser las madres más completas que podamos ser, para nosotros mismas y para los niños a quienes ayudamos a crecer, que aprenden cada instante de nosotros cómo se vive la propia vida. Y las mujeres completas y sabias son un poco hadas madrinas, un poco madrastras y un poco brujas. Por eso son las mejores madres para sus hijos, y las auténticas protagonistas de su historia.

Este artículo apareció en el número 62 (Marzo-Abril 2016) de la Revista Viure en Família