La naturaleza lo enseña todo y lo cura todo. Cada vez lo tenemos más claro. Nos lo dice sobradamente la teoría y cada vez lo corroboramos más en la práctica. Pero todavía no habíamos visto en directo una escuela-bosque: las escuelas donde los niños y niñas pasan la mayor parte del tiempo al aire libre y donde la naturaleza es el entorno y herramienta de aprendizaje. Y os aseguramos que es una experiencia apasionante. ¿Nos acompañáis?

A pesar de que ya no estamos bajo cero como hace un rato, el termómetro del coche se resiste a pasar de los 3 °C. Hace frío, bastante frío. Mientras bajo del pequeño monte donde se encuentra la iglesia románica y las ruinas del castillo que constituyen el núcleo antiguo del pueblo de Rubió –el GPS me ha hecho una broma y me ha enviado, por una carretera que serpentea el borde un parque eólico, a este rincón– admiro el valle verde que se abre a mis pies. Saldrán al bosque, hoy, con este frío?

Pues claro que sí, ya os lo digo ahora. A los niños y niñas de la Escuela del Bosque, de Rubió (Anoia), no les asusta nada que no asuste a sus educadoras. Y me parece que a ellas no les asusta casi nada… Ni les asustó lanzarse a conquistar su sueño de una escuela diferente, ni el hecho que alguien las tildara de iluminadas, ni las dificultades que encontraron cuando quisieron introducir una dimensión más natural en una escuela pública convencional –a pesar de que al menos agradecen que se lo dejaran intentar– ni las dificultades inherentes a iniciar un proyecto como el que ahora es la Escuela del Bosque. De forma que unos pocos grados de temperatura o la lluvia fina que a veces acompaña las niñas y niños y las educadoras no les hacen ningún tipo de miedo.

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«Solo si llueve a chuzos, o también si hace muy mal tiempo, nos quedamos en el refugio», nos explica Brigitte, una de las «madres» de esta escuela tan especial, que creó junto con Alba ya hace más de dos años. El refugio es un pequeño edificio restaurado que había sido de las antiguas escuelas del pueblo, el mismo alcalde había vivido con su madre, que había sido la maestra. «Por eso le hace una ilusión especial que ahora vuelva a ser una escuela». Tienen un convenio por el cual el ayuntamiento cede el local –donde se compaginan otras actividades– y ellas ofrecen un descuento del 50% a los niños y niñas del pueblo. Porque la idea, en solo dos cursos, ha generado tanto interés que ahora vienen de toda la comarca. Es un espacio pequeño pero suficiente si se tienen que quedar algún día, y además es donde comen, donde si lo desean hacen la siesta, y donde los niños y niñas que se queden un rato después de comer pueden seguir jugando al aire libre –en el patio enorme–, visitar el gallinero, etc.

El día empieza con la llegada de los niños y niñas, entre las ocho y las nueve y media. Tiempo de saludarse, de mirar algún cuento, de intercambiar comentarios con alguna familia, de despedirse con calma de las famílias. A las nueve y media hacen, diariamente y con toda normalidad, un gesto que para otras muchas criaturas sería excepcional: colgarse una mochila para ir al bosque.

«Tenemos diferentes lugares donde ir, el río, el bosque, los huertos… En verano nos gusta ir al bosque de ribera, se está más fresco. Hoy iremos a “las cabañas”, dónde da más el sol», nos explica Brigitte. El camino, quizás de un kilómetro, se hace con calma. Una de las educadoras arrastra un carro especial para ir al bosque, donde lleva material diverso. Los niños y niñas se mueven con autonomía, Luna y Gael, los más grandes (de cinco años), se mueven con más desparpajo, mientras que Oriol (de dos años), uno de los más pequeños, se entretiene con cada piedrecita que encuentra. Hay un cierto grupo, pero se diluye y de dos en dos o de tres en tres suben por los márgenes, encuentran unos palos que les interesan, se enredan entre unas ramas… «Se orientan muy bien, estoy segura que ninguno se perdería». Pero no habrá que comprobarlo: tres educadoras para veinticinco niños y niñas lo garantizan, y esto que hoy no hay ninguna de las personas voluntarias o de prácticas que casi diariamente las acompañan.

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Compensar el déficit de naturaleza

Todas las tradiciones pedagógicas, desde Rousseau a la Escuela Nueva, pasando por Tolstoi o Ferrer y Guardia, han emfatizado la importancia de recuperar el contacto con la naturaleza. De hecho, este era el objetivo inicial de escuelas barcelonesas de nombre tan explícito como la Escuela del Bosque o la Escuela de Mar al primer tercio del siglo XX. Pero pocas han profundizado o han perseverado, ni en la teoría ni en la práctica.

De unos años acá se ha introducido muy lentamente en nuestro país la conciencia que nuestros niños viven demasiado lejos de la naturaleza, de los espacios abiertos, del aire libre. Loque el autor norteamericano Richard Louv bautizó como «déficit de naturaleza» se demuestra como una realidad precisamente cuando tenemos la oportunidad de vivir la situación contraria: en la Escuela del Bosque de Rubió, donde niños y niñas tan pequeños viven en la naturaleza, nos sorprende su grado de autonomía, la ausencia de quejas, la poquísima conflictividad (solo observamos una pequeña disputa por un palo que se resuelve sin drama), su andar ágil, el tono muscular relajado… Y esto que precisamente empiezan a llegar al proyecto niños y niñas que no están muy bien en otras escuelas, y alguno que incluso a estas edades ya tiene algún diagnóstico! Como explica la pedagoga Heike Freire en el libro Educar en verde, que inspiró las educadoras de la Escuela del Bosque, y como han investigado varios científicos como P. Häfner, de la Universidad de Heidelberg, o J.A. Corraliza, de la Universidad Complutense de Madrid, las actividades en la naturaleza tienen beneficios en los ámbitos físico, emocional y cognitivo. Se dan aprendizajes a todos los niveles, aumenta la autonomía, el bienestar, la cooperación, las habilidades sociales, la motricidad, la creatividad, la relación con la naturaleza e incluso mejora la salud .

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Un modelo diferente

Quizás por eso el modelo de escuelas-bosque está tan extendido a países más avanzados como la Gran Bretaña, Alemania, Suiza o los de Escandinavia, donde a pesar del frío hay centenares y están reconocidas. La Escuela del Bosque de Rubió de momento no es oficialmente una escuela: «En el Estado español algunos proyectos han optado para pedir la homologación, pero nosotros preferimos que se reconozca nuestro modelo, que es singular y diferente de las escuelas convencionales». Y es que como consecuencia lógica del ritmo orgánico en que transcurre el día, el método pedagógico en la Escuela del Bosque se basa más en el fluir con lo que pasa o con los intereses de adultos y niños que no en una organización previa de contenidos y actividades.

«Cuando llegamos al bosque, nos sentamos a desayunar, y después alguna de nosotras explica lo que ha pensado hacer; entonces puede ser que algunos niños y niñas se añadan», nos explica Brigitte en este pequeño campo base en qué nos hemos instalado. Se trata de un pequeño conjunto de árboles que rodean un espacio plano y limpio, y de los cuales cuelgan algunas hamacas y un columpio. En un pequeño rincón alojan el esqueleto de una cabaña. Efectivamente, no pasa mucho rato que Patricia, que además de educadora es técnica en fauna salvaje, explica que quiere ir a mirar la cámara que han dejado hace un par de días, a ver si se ha podido fotografiar algún animal durante la noche. «Quizás otra educadora dice que quiere arreglar las cabañas, u otra saca los cuadernos de campo [unos cuadernos que tiene cada cual donde plasman las cosas que pasan, engancha muestras que encuentra…]. Normalmente no less hacemos a ellos la propuesta explícitamente, decimos lo que haremos y quien quiere se acerca». Otras veces ha sido algún padre o madre que, previo acuerdo, ha llevado su interés a la escuela. «Hay unos padres que son músicos y a menudo vienen con los instrumentos; incluso participamos en una cantata!», nos explican. Esta vez todos se apuntan a revisar la cámara, de forma que vamos hacia una parte más espesa del bosque.

No es fácil trepar por algunos lugares ni esquivar ramas puntiagudas. «No habéis tenido ningún accidente?», pregunto. «El único brazo roto que ha habido, no fue aquí!». Quizás los mismos niños y niñas toman conciencia de su responsabilidad y van con más cuidado, pero el caso es que no parece que sufran por nada. «Hay algunos pequeños peligros: caídas, heridas, picaduras de animales… y las familias son conscientes de ello, pero también procuramos no alarmarlas». De hecho, a los niños y niñas los preocupa más conseguir aquello que se proponen, «son perseverantes, y si una cosa les cuesta, observan cómo lo hace uno más mayor». Una vez llegamos al lugar donde habían colgado la cámara, los niños y niñas se fijan en los restos de un tronco mordisqueado y piden a Patricia qué animal lo puede haber hecho: probablemente ha sido un zorro a la búsqueda de insctors. Pero la cámara no ha funcionado y no lo ha grabado. «Tiene poca batería, y en este caso no hace fotos por la noche», explica Patricia. «Nos la llevaremos a cargar y ya la llevaremos mañana».

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Las famílias, encantadas

Imaginamos que un modelo así no es fácil de digerir para las familias. «Cuando hemos visitado escuelas-bosque en otros países, hemos visto algunos proyectos que no tienen ni refugio: tienen una carpa en medio del bosque por si llueve, o en algún caso un remolque tipo “tartana”; aquí tenemos que ir más despacio, no podemos estar sin refugio o usando herramientas “de adultos”, porque algunas familias lo rechazarían, pero la gente va entrando». Y la verdad es que han tenido éxito: además del grupo principal, que ya está lleno, este curso se ha abierto «El Nido», donde ocho niños de seis meses a dos años son también acogidos en el proyecto. Y los que no andan? « son dos, y estos van con un cochecito de cuatro plazas!».

Què és el que atrau els pares i les mares cap a aquesta escola tan especial? La Núria, mare del Jan, que hem conegut a primera hora, ho té molt clar: «el respecte pel ritme i les necessitats de cada nen, la possibilitat de moure’s i jugar a l’aire lliure, el fet de veure que aprèn moltes coses, la barreja d’edats, la flexibilitat per entrar i sortir… i fins i tot la salut: encara que no ho sembli, els nens i nenes aquí no es refreden tant!».

¿Qué es el que atrae a los padres y madres hacia esta escuela tan especial? Nuria, madre de Jan, a quién hemos conocido a primera hora, lo tiene muy claro: «el respeto por el ritmo y las necesidades de cada niño, la posibilidad de moverse y jugar al aire libre, el hecho de ver que aprenden muchas cosas, la mezcla de edades, la flexibilidad para entrar y salir… e incluso la salud: aunque no lo parezca, los niños y niñas aquí no se resfrian tanto!».

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Miquel Àngel Alabart es maestro y psicopedagogo. Ha sido asesor del ICE de la UAB en temas de didáctica y trabajo por proyectos. En la actualidad trabaja como psicopedagogo, terapeuta Gestalt y familiar y formador a la Asociación Arae. Es director de las revistas Barbiana y Viure en família y profesor asociado a la Universidad de Vic.