A menudo llegamos a la escuela ajetreadas. Descargamos nuestras pertenencias, preparamos cuatro cosas indispensables, un suspiro y manos a la obra. Nosotras, adultas impregnadas del ritmo frenético de la sociedad. Nosotros, adultas educadoras referentes de algunos niños (muchos o pocos) con los que pasaremos una larga jornada. ¿Qué nos pasa cuando llegamos a un lugar aceleradas, donde nuestra presencia absoluta es tan necesaria?
A mí me ha pasado, y ha afectado directamente en mi presencia cuando recibo a los niños que acompaño. Como también ha afectado al resto de la jornada con ellos y ellas. Esto me pasa a mí, y es justamente esto, lo que me hace observar y plantearme: primero, como quiero llegar yo y que puedo hacer al respeto; y segundo, qué puedo hacer para que los niños puedan llegar de buena mañana en un espacio donde, indiferentemente de cómo haya ido el hecho de despertarse, se sientan recibidas, escuchadas e integradas. En definitiva, que sientan que tienen el tiempo para llegar y sentirse, sentir a las otras, para después abrirse a todas las posibilidades que les brindará la jornada.
Nosotras, adultas, es importante que nos responsabilicemos desde el cuidado de nuestros estados, para poder acoger al niño con todo lo que venga.
Todas tenemos días de todo, nosotras, adultas, es importante que nos responsabilicemos desde el cuidado de nuestros estados, para poder acoger al niño con todo lo que venga.
Con todo esto, quiero expresar la importancia que tiene crear un espacio que acoja en esta llegada. Me centraré en el segundo septenio sobre todo, puesto que yo soy referente de niños en esta etapa, pero creo que es esencial poner atención en la llegada en todas las etapas.

Para mí, hay ciertos elementos clave: el tiempo, la escucha, el compartir y la transición.
Para empezar, poder disponer de un tiempo para llegar, situar las cosas, despedirse de la familia, saludar a las otras personas que también llegan, respirar, observar el ambiente y empezarse a sentir dentro, considero que es dejar el espacio para que el niño llegue. Todo él/ella, con su corazón, mente, cuerpo y alma.
El tiempo es algo que nos viene a la cabeza cuando damos más espacio a aprendizajes no académicos, más centrados en las relaciones y en el bienestar emocional del niño. «No tenemos tiempo para todo» decimos a menudo. Creo que un par de frases extraídas del libro Elogio de la educación lenta, de Joan Domènech, pueden poner un poco de luz y pueden ayudar a reflexionar al respeto:
«¿Qué es lo que realmente tenemos que priorizar en la educación? Ésta es una pregunta relevante en el estado actual del sistema pedagógico. Y la respuesta está vinculada al hecho que sepamos repensar la relación entre tiempo y escuela».
«Buscar el tiempo justo implica hacer un tratamiento diferente: no homogéneo, no acelerado por principio, muy ajustado a las necesidades concretas de cada momento y de cada contexto».
Espacios de escucha
Solo necesitamos un poco de tiempo, la presencia y la apertura para abrazar cada situación y cada ser.
Haciendo referencia a la escucha, es importante tener en cuenta que el niño necesita ser reconocido como ser único y a la vez sentir que forma parte de algo. Son necesidades básicas a tener muy presentes. Como acompañantes podemos acoger a los niños, uno/a a uno/a, ofreciendo la disponibilidad para escucharles y sentirles. Como también ofrecer un espacio, que puede ser con el grupo, donde poder sentirse a una misma en silencio, respirando. Solo necesitamos un poco de tiempo, la presencia y la apertura para abrazar cada situación y cada ser.
En relación a la necesidad de formar parte de algo, podemos ofrecer un espacio donde el niño pueda encontrarse con el grupo. Un espacio donde poder mirarse a los ojos y recibirse las unas a las otras. Donde observar quién está y quién no, y dar espacio también a quién no está. Dónde poder compartir también con todo el grupo algo significativo, cómo estamos, o cómo llegamos.
Su cuerpo nos puede dar mucha información, y expresarlo le puede ayudar en el camino hacia el autoconocimiento.

Al inicio del segundo septenio suele haber mucha intensidad en las relaciones. Están creando esquemas de cómo relacionarse con una misma, con las otras y con el mundo. Esta interacción se convierte en una oportunidad para poder acompañar en la observación y expresión (si se quiere) de aquello que nos pasa cuando la otra comparte. Su cuerpo nos puede dar mucha información, y expresarlo le puede ayudar en el camino hacia el autoconocimiento. Un aprendizaje, a largo plazo, imprescindible.
Dinámicas de orientación y ubicación (situarnos temporalmente, informar sobre la estructura del día, expresar ideas de proyectos o intereses, tomar decisiones de grupo o individuales sobre las actividades que el niño realizará).
Por último, tener en cuenta que la llegada es una transición de casa a la escuela. Por lo tanto, creo que es importante, en el mismo espacio de grupo, ofrecer unas dinámicas para cerrar un espacio, más centrado en la escucha y el recibimiento, y abrir otro que requerirá otra energía. Que active cuerpo y mente, y que nos conecte emocionalmente. Dinámicas de orientación y ubicación (situarnos temporalmente, informar sobre la estructura del día, expresar ideas de proyectos o intereses, tomar decisiones de grupo o individuales sobre las actividades que el niño realizará), historias, juegos… estructuras flexibles, adecuadas al espacio temporal y espacial y a los componentes del grupos. También, a veces , espontáneas que permitirán abrirnos a las posibilidades que nos ofrecerá el día.
Estas reflexiones están hechas en un espacio, con unos niños y dentro de un proyecto pedagógico concreto, a pesar que también tomo como referencia experiencias propias a lo largo de los años que me han llevado a dar importancia a esta llegada. De entrada, puede parecer insignificante, pero para mí se ha convertido un espacio de imprescindible mirada y reflexión. Deseo de todo corazón que para vosotros también lo pueda ser.
Referencia bibliográfica
Domènech, J. (2013): Elogio de la educación lenta. Barcelona: Graó